Los hemos elegido una y mil veces; sobre todo en la tristeza, por
mucho que le dijeran adiós. En la tristeza hemos adorado que nos
pidieran estar a su lado. Desde principios de los ochenta hasta
pasados los dos mil veinte, desde la melancolía de la voz de Enrique
hasta las palabras rasgadas de Álvaro. Los hermanos Urquijo llevan
toda una vida al lado de más de una generación. Son una de esas
familias que no necesitan presentación. Los secretos, cuando son
suyos, se cantan y se conocen a voces.
A pesar de los cambios de
planes y de que, en más de un millón de ocasiones, de cumpleaños, de
boda, de fiesta, de concierto... hayamos gritado fuerte con ellos que
nos dejaran, siguen ahí. En un paraíso en el que sus melodías son
salvavidas y sus palabras la calma que sucede a la tempestad.
Sin duda, si tuviéramos que pedirles algo prestado a Los Secretos,
sería la capacidad que tienen sus canciones para, en este mundo raro,
dar paz y cierto sentido a todo aquello que nos lleva a vagar por
bulevares de sueños rotos y a beber hasta perder el control. De
momento, y con ojos de gata, les pedimos que nos canten unas pocas
canciones al oído... y que no nos hagan creer que sólo ha sido un sueño.
