Teatro Juan Bravo

Cuando aún resuenan las campanas de la reflexión después del réquiem, el nombre de Alfonso Plou vuelve a hacerse un hueco en la cartelera y la dramaturgia de un Juan Bravo que hace pasar al escenario al Antonio Machado que habita frente a su fachada, para proponerle un cara a cara junto a su hermano Manuel. Antonio el republicano, Manuel el sublevado.
El reencuentro, con Antonio ya fallecido, tiene lugar entre Madrid y Collioure, entre el pasado y la huida hacia adelante. Los hermanos Machado se miran a los ojos, se recuerdan antes de la Guerra y se quieren, se ríen, se divierten. Se encuentran su infancia en un patio de Sevilla y se enfrentan a su moderna juventud. Hablan, se reprochan, se conversan, se versan lo callado a lo largo de tantos años de ruptura, incomprensión y miedo.
Teatro del Temple, victorioso siempre en todas sus batallas sobre las tablas del Juan Bravo, lucha con Los hermanos Machado al frente para encontrar en el pasado una «explicación para nuestro presente y vocación para nuestro futuro». Seguramente las heridas más grandes de la Guerra, las mutilaciones más dolorosas, tuvieron lugar dentro de la misma familia. Y no es utopía pensar que las reconciliaciones más verdaderas también puedan brotar, incluso antes de la discordia, bajo el mismo árbol genealógico. «Ni el pasado ha muerto ni está el mañana, ni el ayer, escrito».