Teatro Juan Bravo

Con la inocencia del niño que no sabe que al cantar La Tarara le canta, mal, a quien desde los tiempos de Tiresias sabe que transitar de un sexo hacia el otro no es ni pecado, ni enfermedad ni trastorno. Así crece Rosa. En pleno barrio de un San Francisco bilbaíno de los años setenta, en el que los niños escupen a quien quieren, los viejos maldicen a quien consideran y las mujeres se sienten hombres y viceversa, escondidas y avergonzadas.
La Tarara es otro cantar en las manos de Josi Alvarado, que la toca con delicadeza, pero también con el surrealismo de García Lorca y de Pedro Almodóvar al mismo tiempo. Es una niña creyendo que Liszt le ayuda a tocar el violín y una prostituta que lucha contra los fantasmas. Es un ir y venir de recuerdos difuminados y unas cartas de amor chivatas rescatadas de un cajón del pasado.
Su directora, Agurtzane Intxaurraga supo desde el primer momento que La Tarara no era simplemente aquella canción de siempre, sino «un canto al perdón, a la amistad y a la maternidad. Un texto que suena a música popular a ratos y a un concierto de una gran orquesta en otros. Un texto tan oscuro como fresco y directo».