Teatro Juan Bravo

No hace falta ser un bicho raro para ser protagonista de una metamorfosis al más puro estilo kafkiano. Basta con ser un bicho común: de doce, trece, quince años. Un niño convertido, de un día para otro, en un adolescente más en un mundo lleno de pantallas con riesgo a ser convertidas en espejos. Espejos que, en lugar de reflejos, devuelven hashtags horribles. Palabras sin espacios ni tiempo, precedidas por un simple símbolo, que no deberían ser nada más que eso: sentencias mal escritas. #tevoyajoder, #noquierovivir, #soyfeo, #mimadrenomeentiende…
El Gregor de La Metamorfosis de Jesús Torres, lejos de convertirse de la noche a la mañana en una cucaracha, pasa a ser un joven que ve el mundo patas arriba. Lleno de inseguridades, de rechazos hacia su propio cuerpo, de ira y confusión hacia sus familiares. Falto de motivaciones y de sueños. De cariño, cree, y de amor propio. Y lo que es peor, envuelto en un caos tecnológico donde es tiroteado día tras día, noche tras noche, por videojuegos, redes sociales y aplicaciones. Y más aplicaciones. Y muchas más aplicaciones.
El mundo de Gregor no es un mundo raro. Es, en tal caso, de última generación. Y, para que la metamorfosis simplemente sea una transformación, es importante tratar de entenderlo. Pero para eso hace falta pasarse, o pasar de, muchas pantallas. Todas las que El Aedo ha puesto sobre el escenario. Y no es fácil.