Nel cielo infinito de Peris-Mencheta
Los montajes de Sergio Peris-Mencheta son un beso para los amantes al teatro y no sería atrevido asegurar que también para los que no. Un primor. Una fiesta que anima a la gente. Quien lo probó lo sabe, ¡miau! Y por eso, muchos de los que ya testaron en el Teatro Juan Bravo de la Diputación conocer de su mano la historia de los hermanos Lehman o quisieron saber cómo se iluminan las noches sin luna, no faltaron ayer, cual Roselo con Julia, puntuales y prestos, a la cita con los amantes de Verona contemplados desde el balcón de Lope de Vega. Mucho más divertido que el de Shakespeare. Mucho más condescendiente con sus protagonistas.
MOLLY BLOOM Y SUS PALABRAS FEAS PARA OÍDOS SORDOS
Hay algo de inquietante en la oscuridad que envuelve al escenario en ‘Mollly Bloom', en el traquetreo del tren, que se repite una y otra vez a lo largo del montaje, en las voces de insomnio y locura que molestan a la protagonista en el comienzo, en las palabras que llenan el texto de James Joyce y que, más de cien años después, aun suenan feas, burdas y soeces. Eso, probablemente es lo más inquietante; que un siglo después las palabras todavía molesten y por momentos resulten innecesarias, poco finas. Poco femeninas también.
Honestidad y recato
Que ‘Los Pazos de Ulloa' es un relato honesto y certero de lo que fue la sociedad española en un momento determinado y en un lugar preciso -y al mismo tiempo común- de la vida del siglo diecinueve, es algo que los espectadores del Teatro Juan Bravo de la Diputación ya sabían antes de acudir ayer a su puesta en escena en Segovia. Que Helena Pimenta sería capaz de dirigir ese relato y llevarlo a las tablas de manera tan honesta como lo escribió Emilia Pardo Bazán es algo que el público segoviano comenzó a intuir desde la primera nota de piano que invadió el espacio del auditorio. Solitaria. Resonante. Austera.
Tormenta y mezcal, calaveras y estrellas
Lo malo y lo bueno que tiene la música, como el amor, es que a veces te da noches de tormenta y a veces noches de mezcal. A veces estrellas y otras calaveras. Muchas veces tormenta y mezcal y calaveras y estrellas al mismo tiempo. Todo a la vez. La segoviana Rebeca Jiménez lo sabe bien; ya está curtida en noches de esas. Y ayer lo demostró sobre las tablas de un Teatro Juan Bravo de la Diputación al que, con seguridad, a pesar del patio de butacas prácticamente lleno, le faltaron paisanos; y es una pena, porque las ciudades deberían aplaudir el talento que brota en su tierra, para luego no lamentar que sus raíces crezcan lejos hasta dar flores de veinte pétalos, pero ninguno de ellos con acento autóctono.
Lección olímpica
Existen diferentes maneras de aprender de mitología y acercarse a los dioses. Cuando los ochenteros éramos pequeños, la película de Disney ‘Hércules' nos hizo querer ser fuertes, buenos y admirados, tener un Pegaso que nos llevase a cualquier parte y acabar con Hades y con cualquier infierno. De adolescentes, sólo los más curiosos eligieron de las bibliotecas los libros con aura y conocieron quién era realmente ese Heracles que nos había llamado la atención años antes, de dónde venía y hacia donde iba. Y ayer, entre película y libros apareció Fernando Cayo y su ‘¡¡¡Por todos los dioses!!!' para enseñarnos que el teatro puede ser un buen método y que, a pesar de las risas y las exageraciones, se le puede tomar un poco en serio. ¿Por qué? Porque sí. Porque a grandes males, como el de tener que aprenderse un árbol genealógico en el que las ramas a veces no tienen raíz ni razón de ser, grandes remedios, como el de convencerse de que todos ellos forman un equipo olímpico y que podemos cantar sus alineaciones, como si de un Real Madrid-Inter de Milán de Champions se tratase; desde Zeus hasta Prometeo. Códigos nemotécnicos, que dirían los romanos.